Sergio Bitar
Las declaraciones del ex ministro Sergio Bitar y el presidente del Partido Socialista de Chile, Fulvio Rossi, contra el gobierno de Venezuela le han hecho un flaco favor al Estado de Chile. Sus denuncias sobre “totalitarismo” y “atropellos a los derechos humanos” recuerdan al presidente Ricardo Lagos cuando respaldó el golpe de Carmona en el 2002.
Las sucesivas provocaciones de “los modernos socialdemócratas” al gobierno de Venezuela revelan torpeza e irresponsabilidad. El inapropiado comportamiento de ayer y el lenguaje destemplado de hoy sólo favorecen el aislamiento de Chile en la región, agregando nuevos peligros a la política exterior.
Hay que recordar que al término del régimen militar, y durante los dos primeros años de gobierno de la Concertación, Chile recuperó los tradicionales vínculos con sus vecinos. Se insinuaba un interesante camino a favor de la integración regional. Sin embargo, muy rápidamente se adoptó la decisión de priorizar relaciones con el norte desarrollado y promover negocios con la potente economía asiática. Así las cosas, Chile optó por colocarse al margen de América Latina. Esta fue una política deliberada de los gobiernos de la Concertación, aceptada y promovida por toda la clase política y sobre todo por sus economistas, cuyo peso en el país ha sido incontrarrestable.
Hoy día, con un gobierno de derecha, capaz de dialogar sin vergüenza sólo con Colombia y México, se profundiza la soledad de Chile. Ello ha quedado en evidencia con el retiro de Otero, fugaz embajador en Argentina, a consecuencia de declaraciones inaceptables a favor del general Pinochet. Se agrega el balde de agua fría que significó el inédito encuentro amistoso entre los presidentes de Ecuador y Perú, colocando en cuestión compromisos históricos entre Santiago y Quito. Dramático para la Cancillería de Santiago, en momentos que se debate en La Haya la posición chilena sobre sus límites marítimos con Perú.
El aislamiento de Chile encuentra en realidad sus fundamentos en su falta de delicadeza para reconocer y aceptar la diversidad económica y política existente en la región. En efecto, mientras la mayor parte de los países de América Latina adopta una línea de resistencia frente al neoliberalismo y a la política norteamericana en la región, Chile se percibe como el paradigma del Consenso de Washington y el promotor del libre comercio en el hemisferio sur. Ningún país vecino le pide a Chile que modifique sus fundamentos económicos y políticos. Sin embargo, los chilenos no actúan con reciprocidad cuando irrespetan las nuevas realidades de los países vecinos o son reacios a desplegar iniciativas para favorecer la integración regional.
El escaso apoyo a la Corporación Andina de Fomento y el rechazo manifiesto al Banco del Sur revelan el compromiso de Chile con las políticas financieras del norte y de su desprecio con las iniciativas integracionistas sudamericanas.
El distanciamiento de Chile con el MERCOSUR adquirió expresiones patéticas cuando a fines del 2000 el Presidente Lagos optó por iniciar negociaciones para suscribir un TLC con los Estados Unidos. Renunciar a iniciativas en curso con el bloque subregional tuvo un impacto político severo, especialmente en las relaciones con la chancillería brasileña, con costos que aún pesan sobre su símil chilena.
Las relaciones con Argentina, su vecino inmediato, tuvieron un buen momento durante el gobierno del Presidente Aylwin, para marchar posteriormente por un camino pedregoso. El gobierno argentino resintió el insuficiente apoyo financiero chileno frente a su crisis económica de comienzos del 2000, respecto de la cual la generosidad venezolana fue manifiesta. Luego, los cuestionamientos implícitos y abiertos a la concepción económica heterodoxa de los Kirchner alcanzó, en tiempos de Lagos, el ámbito político, con la instalación del Canciller Ignacio Walker. Éste se vio obligado a ofrecer confusas explicaciones por su visión del peronismo como una variante del fascismo.
En los últimos años las relaciones entre Chile y Bolivia han estado plagadas de largas conversaciones y palabras de buena voluntad, para discutir sobre los más variados aspectos. Sin embargo, el Presidente de Bolivia no parece mostrar la misma empatía por el Presidente Piñera que la que tuvo hacia Michelle Bachelet. En consecuencia, es probable que la dilatada hora de la verdad, que dice relación con la salida al mar, aparezca ahora en la agenda inmediata. Ello agregará nuevas tensiones a las relaciones vecinales.
Y ahora se agregan a la hoguera las opiniones altisonantes de dos políticos chilenos sobre el gobierno de Chávez.
El calificativo de “totalitarismo” utilizado por Rossi para calificar el gobierno del Presidente Chávez revela ignorancia o mala fe. En efecto, en un régimen totalitario el Estado controla completamente la economía, la política, la cultura y la religión, suprimiendo por la fuerza toda creencia distinta a la del gobierno. De hecho, en ningún totalitarismo existe una oposición organizada, como la que sí se puede apreciar en Venezuela. Al mismo tiempo, los métodos de control totalitario comprenden la prisión, el asesinato y los trabajos forzados, que abundaban en los regímenes de Stalin y de Hitler.
Comparar al gobierno de Chávez, que no incurre en ninguna de esas prácticas ni presenta ninguno de esos rasgos, con aquellos regímenes deleznables resulta, como poco, un absurdo, cuando no directamente un penoso desconocimiento político, histórico y conceptual. Y también resulta un tanto decepcionante respecto al compromiso democrático de Rossi, porque ni él, presidente no electo del Partido Socialista de Chile, ni sus camaradas de la Concertación, el conglomerado de partidos que se opuso a la dictadura, utilizaron un término tan descalificador para referirse al régimen de Pinochet, que sí asesinó, torturó y eliminó opositores a mansalva.
Bitar es más inteligente para calificar el gobierno de Chávez, pero aún así comete errores injustificados para un político y empresario de experiencia, que vivió largamente en Caracas. Puede ser discutible, pero no insultante, decir que “El régimen de Chávez se aleja de la visión del progresismo moderno y de la socialdemocracia”. Existen hoy día muchos que no consideran claro el perfil ideológico, económico y político de la socialdemocracia. Es más, se inclinan más a creer que “lo moderno” en sus posturas significa una inclinación ya irreversible hacia la derecha. Aunque sería incorrecto e irrespetuoso calificar a Bitar de derechista, su tesis es discutible en extremo.
No obstante, suscribir el documento de la Internacional, que se refiere al régimen venezolano en términos de “dictadura moderna”, que emplea “temibles instrumentos de un mecanismo autoritario de nuevo tipo”, es llevar la polémica a otro terreno. Bitar sabe muy bien que el gobierno de Chávez no es una dictadura, porque ha conocido y sufrido una de verdad, la de Pinochet. Además, aunque se le agregue el calificativo de “moderna” tampoco se puede decir que sus “métodos sean temibles”. Bitar sabe muy bien que los que participaron en el golpe de Carmona están vivos y en libertad. Ello no habría sido posible en la dictadura, también moderna, muy moderna, de Pinochet.
La clase política chilena, sus economistas y empresarios no se contienen cuando se trata de opinar de los asuntos internos de países vecinos. Pero, al mismo tiempo, guardan un ignominioso silencio cuando, en la propia casa, una documentalista es privada de libertad por dos años sin acusación, condena ni pruebas por motivos claramente políticos. Con ello, se muestran un tanto inconsecuentes, intransigentes frente a las diferencias y, lo que es peor, acrecientan el aislamiento diplomático de Chile. El apoyo de Bitar y Rossi al informe de la Internacional Socialdemócrata sólo extiende dicho aislamiento. Sus calificativos son irresponsables. Le han hecho un flaco favor a Chile, agregando nuevas tensiones a las relaciones diplomáticas con países de la región.
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